Acaba
de fallecer un compañero. Un gran compañero. Uno de los
imprescindibles. Enfermo de cáncer, Antonio Alac
(1937-2004) murió como había vivido. Con una dignidad a toda
prueba y acompañado de muchísima gente que lo quería. En
primer lugar, de su inseparable compañera Marisa y de sus dos
hijos, Matías y Carolina. Pero también de muchos compañeros y
compañeras de militancia, en el sindicato, en el movimiento
piquetero, en su partido (el Partido Comunista) y en otros
movimientos sociales y corrientes políticas que mucho lo
respetaban.
¿Quién era —quién es— Antonio Alac? Antonio es un símbolo
histórico del sindicalismo argentino y latinoamericano.
Pertenece a ese conjunto de entrañables compañeros que, desde
diversas tendencias y corrientes, se jugaron toda su vida en
la lucha contra el capitalismo y el imperialismo y en defensa
de sus hermanos y hermanas de clase. Antonio Alac es uno de
los grandes. De la misma estatura que los legendarios Agustín
Tosco (del sindicato LUZ Y FUERZA), Gregorio Flores y Carlos
Masera (del SITRAC-SITRAM), Leandro Fote (de la FOTIA) o René
Salamanca (del SMATA), entre muchísimos otros.
Él era una persona tan humilde —por ejemplo nunca hablaba de
“yo”, siempre se refería a sí mismo como “nosotros”— que
seguramente hubiera rechazado, con enojo, esta comparación.
Antonio Alac pertenecía a las entrañas de la Patagonia
argentina. Aquella del movimiento anarquista y Antonio Soto en
la década del ’20; la de la fuga del penal de Rawson y los
guerrilleros del PRT-ERP, las FAR y Montoneros masacrados en
Trelew en 1972, la de la rebeldía mapuche de ayer, de hoy y de
siempre.
En esa Patagonia insumisa y rebelde que tanto amaba, durante
1970 Alac había sido el principal dirigente del “Choconazo”.
Una de las protestas sociales más contundentes, masivas y
radicales que, desde el sur de Argentina, contribuyó a
derrocar la dictadura militar de los generales
Ongañía-Levinsgton-Lanusse (1966-1973). Muchas veces, cuando
se escribe la historia de esa dictadura, se mencionan las
puebladas del Cordobazo, el Rosariazo y el Viborazo. Pero,
inexplicablemente, no siempre se hace referencia al Choconazo.
El “Choconazo” es el nombre con que se conoció
popularmente la huelga y ocupación obrera de la central
hidroeléctrica Chocón-Cerros Colorados, desarrollada entre el
23 de febrero y el 14 de marzo de 1970, en plena dictadura
militar (al año siguiente del Cordobazo y un año antes del
Viborazo). En el movimiento del Choconazo participaron entre
3.000 y 4.000 obreros de la gran industria, de los cuales la
mayoría pertenecían a la compañía constructora del Chocón y
los restantes a las empresas constructoras de viviendas,
hospitales y la villa permanente en la que vivían los
trabajadores.
Durante la huelga de 20 días, declarada ilegal por la
dictadura, Antonio Alac fue el principal dirigente que
organizó las guardias obreras, encargadas de vigilar el
campamento —contaban con palos y piedras, pero también con
cartuchos de dinamita y explosivos— y de organizar las
barricadas estratégicas que se pusieron para intentar impedir
el ingreso de las fuerzas policiales y militares.
Como parte de la dirección obrera, junto con Antonio Alac,
estaban los delegados Armando Olivares y Edgardo Torres y el
cura obrero Pascual Rodríguez.
La lucha del Chocón logró implementar las dos tareas políticas
principales de la clase trabajadora moderna. En primer lugar,
la independencia política de clase.
La dirección del movimiento, de signo y carácter netamente
clasista, no respondía al sindicalismo clásico, correa de
transmisión de los partidos burgueses dentro de los
trabajadores. En segundo lugar,
la lucha por la hegemonía socialista.
Conscientes de que no podían triunfar contra la patronal y la
dictadura si permanecían aislados, los obreros del Chocón
—como sus actuales hijos o nietos de la fábrica recuperada
Zanón, ubicada también en el sur argentino— sabían
perfectamente que necesitaban el apoyo de toda la población
trabajadora. Y lo lograron. Hubo dos caravanas desde la ciudad
de Neuquen que llevaron víveres a los obreros alzados. Y en la
misma ciudad, a pesar de estar bajo una dictadura que prohibía
cualquier manifestación política, hubo un acto de 2.000
personas que manifestaron por las calles en su defensa.
Los obreros también lograron el apoyo de monseñor Jaime de
Nevares, desde entonces gran amigo personal de Antonio Alac
(años después, Antonio lucía orgulloso la dedicatoria que De
Nevares le escribió cuando le regaló un libro suyo), a pesar
de que este último era un sacerdote cristiano y aquel un
obrero marxista.
Cuando el martes 16 de marzo de 1970 la policía y la
gendarmería intentaron que los obreros en huelga entregaran a
su delegado Antonio Alac, lo único que recibieron fue una
negativa rotunda. Entonces empezaron los disparos de gases y
las bombas de humo. Varios obreros fueron heridos. Los obreros
contraatacaron con piedras. La policía tuvo que retroceder a
la carrera. Las fuerzas de represión hicieron saber que Alac
tenía que ser entregado obligatoriamente. Éste se adelantó y
les respondió: “Por decisión de mujeres y hombres, hasta
que dejen en libertad a nuestros compañeros [referencia a
una delegación obrera que había sido apresada], o hasta que
nos maten, de aquí no se mueve nadie”
De cualquier manera, aunque aquella lucha histórica fue
heroica y legendaria, la resistencia con piedras tenía su
límite... Me acuerdo cuando hace unos años —durante la década
del ’90— nos encontramos con Antonio y su hija Carolina
protestando frente a los tribunales de San Isidro. En esa
oportunidad habían metido preso al genocida Jorge Rafael
Videla, en unas de las tantas pantomimas que los gobiernos
burgueses hacen en “democracia” con los dinosaurios del pasado
para mantener ocupada la atención del pueblo, mientras siguen
implementando a rajatabla sus mismas políticas económicas
neoliberales. Pues bien, cuando llega Videla en un carro
policial, la policía comienza a reprimir a los manifestantes
que lo insultaban y arrojaban piedras contra los uniformados.
Hubo choques y escaramuzas. El pueblo tuvo que salir corriendo
en desbandada. Nunca me olvido del balance final de Antonio
Alac sobre aquella jornada de protestas y escaramuzas contra
Videla. A un grupo de jóvenes que lo rodeaba, el dirigente
histórico del Chocón les dijo: “Todo esto es solamente
simbólico. Para enfrentar a esta gente [Antonio se refería
a las fuerzas de represión] no alcanza con palos o piedras.
Eso es puramente simbólico...”. Nunca me pude olvidar de
ese análisis de Antonio. No era el fruto de un jovencito
exaltado en busca de aventuras. Era el balance de un militante
maduro, experimentado, que llevaba en su cuerpo la experiencia
histórica de toda una clase social.
Aunque la lucha clasista del Chocón tuvo el apoyo unánime de
la clase trabajadora y de otros sectores sociales, no logró
todos sus objetivos. Triunfó porque logró arrinconar aún más a
la dictadura, que ya había recibido durante el Cordobazo un
primer puñetazo en la mandíbula. Además, instaló un ejemplo en
la historia para el conjunto de la clase trabajadora. Pero la
empresa hidroeléctrica fue retomada por las fuerzas de
represión. La dictadura tuvo que acudir a 800 hombres armados
hasta los dientes para poder recuperar la central ocupada por
los albañiles. Los dirigentes —Antonio a la cabeza— fueron
apresados, esposados y enviados en un avión militar a Buenos
Aires, la capital, y soltados ante la presión popular. Según
el testimonio de uno de los compañeros de Antonio, cuando se
lo llevaban esposado el jefe de la gendarmería le dijo a Alac:
“Te saliste con la tuya. Te tuvimos que sacar esposado”.
A pesar de todo, Antonio no había bajado las banderas ni había
huido. Lo tuvieron que apresar por la fuerza. La “derrota” de
los obreros, fue una contundente victoria moral.
En el medio, la burocracia sindical peronista boicoteó la
lucha del Chocón. Los dirigentes de la U.O.C.R.A. (Unión
Obrera de la Construcción de la República Argentina),
encabezados por Rogelio Papagno y Rogelio Coria, primero
intervinieron la seccional de Neuquén y luego expulsaron a los
delegados clasistas del sindicato... Una historia repetida...
Antonio Alac, cuya práctica y militancia sindical estuvieron
siempre guiadas por principios de clase, era un enemigo del
capitalismo y un acérrimo opositor a lo más podrido y
mugriento de la burocracia sindical.
¿Por qué Antonio odiaba tanto a la burocracia sindical?
Porque esa burocracia, principalmente de factura peronista, no
sólo boicoteó la lucha del Chocón. Además, en Argentina, fue
cómplice de todas las dictaduras militares. Apoyó con
entusiasmo las privatizaciones neoliberales. Alentó la
flexibilidad laboral y la precariedad del empleo,
transformando los sindicatos en entidades empresarias socias
directas del gran capital. Principal muro de contención contra
la protesta popular durante el gobierno de Carlos Menem, esta
burocracia sindical jugó un papel fundamental a la hora de
frenar las luchas, moderar los conflictos, institucionalizar
los reclamos para que terminen en vía muerta y reprimir
violentamente a las direcciones clasistas. No es casual que
esa burocracia brilló por su ausencia en las jornadas rebeldes
del 19 y 20 de diciembre del 2001.
En los tiempos tenebrosos de 1976, los burócratas sindicales
no dudaron un minuto en delatar ante las patronales burguesas
a los auténticos militantes de base. Está probado —incluso
ante los propios tribunales de la “justicia” burguesa— que los
principales dirigentes sindicales de la burocracia fueron
cómplices de la patronal en la desaparición de comisiones
internas y cuerpos de delegados, secuestrados por la dictadura
del general Videla y sus secuaces. Por ejemplo, el dirigente
peronista de los mecánicos José Rodríguez, fue un cómplice
abierto de la empresa Volksvagen. También Jorge Triaca,
dirigente peronista del plástico y Ramón Baldasini, dirigente
del Correo, declararon públicamente en los juicios a los
comandantes militares de la dictadura que ellos “no se
acordaban”... o directamente “no sabían”... que sus compañeros
habían sido desaparecidos...
Sí, Antonio Alac los despreciaba desde las entrañas. Él tenía
a su hermana Diana —quien había militado en la organización
Montoneros— desaparecida. Sabía perfectamente que la
burocracia sindical estaba más atenta a custodiar sus
privilegios que a defender a los trabajadores.
Por ejemplo, según el testimonio de uno de los arquitectos que
remodeló el edificio central del sindicato de la U.O.C.R.A.,
su principal dirigente Gerardo Martínez —una de las cabezas
actuales del sindicalismo peronista— se habría construido un
baño privado con mármoles que mandó a traer a la Argentina
desde Italia, al mejor estilo de un hotel de cinco estrellas,
mientras un albañil se muere de hambre trabajando por migajas
en las grandes obras...
Antonio Alac pertenecía a otro tipo de sindicalismo. Un
sindicalismo de clase, con dirigentes que caminan a pie, sin
automóvil ni chofer. Dirigentes que se conciben a sí mismos
como militantes, no como la voz del empresariado dentro del
mundo laboral. Dirigentes que visten humildemente, sin grandes
trajes, sin secretarias, sin relojes de oro, sin viajes
lujosos, sin yates ni veleros, sin baños con mármoles de
lujo...
Quienes hayan conocido a Antonio saben perfectamente que él
viajaba en colectivo, contando las monedas para comprar el
pasaje. Vestía como cualquier otro integrante del pueblo. Era
una persona sumamente sencilla, humilde y transparente. Aunque
provenía del interior de la Argentina —su corazón siempre
tenía una sonrisa abierta para el sur—, había mamado de sus
amigos de Buenos Aires cierta ironía típicamente porteña.
Antonio Alac, como muchos de sus compañeros, sigue esperando
que sus luchas no queden en el olvido,
para que puedan servir de enseñanza a los nuevos
militantes sindicales, a las fábricas recuperadas, al
movimiento piquetero, a los estudiantes movilizados y a todos
los que continúan con sus ideales anticapitalistas y
antimperialistas.
Una investigación rigurosa y a fondo sobre el Choconazo
todavía está pendiente.
Querido compañero Antonio: ¡Hasta la victoria siempre!
La entrevista —inédita— que a continuación reproducimos fue
realizada el 21 de diciembre de 1995 sobre la experiencia del
Choconazo y las tareas del clasismo.
Néstor Kohan: ¿Dónde trabajabas antes de ingresar como obrero
al Chocón?
Antonio Alac: Yo venía de trabajar en el sur en lugares muy
difíciles, con altísima explotación. Por ejemplo en el
petróleo. Tanto es así que con la última empresa que trabajé
estuve seis meses sin poder salir del campamento. Estábamos
las 24 horas del día a disposición de la empresa. Entonces, a
los seis meses, cansado de estar metido ahí, con tanto trabajo
y sin ningún tipo de distracción o descanso —a pesar de que yo
leía mucho, a mí siempre me gustó leer— decidí irme para Bahía
Blanca [en el sur de la provincia de Buenos Aires]. Estuve
trabajando también ahí y luego nos fuimos con mi cuñado a
Neuquén, donde estuve trabajando en luz, agua y haciendo
instalaciones eléctricas. Ahí empecé a escuchar —algo ya había
escuchado en Comodoro Rivadavia y Cañadón Seco, donde yo había
trabajado— que se estaba construyendo una gran obra que
llamaban “la obra del siglo”. Si vos mirabas en la TV los
trabajadores vivían allí muy bien. Aparecían sentados en
sillones en lugares muy lindos con sus vasos de whisky en la
mano... Entonces cuando llegué a Neuquén la obra ya había
empezado. Al poco tiempo me anoté y empecé a trabajar. Yo
manejaba los grandes camiones que llevan 45 toneladas. Desde
ese momento, hasta que terminó la huelga pasaron nada más que
seis meses.
N.K.: ¿Cómo se trabajaba en el Chocón?
Antonio Alac: Las condiciones de trabajo eran pésimas y las de
vivienda peor. En ese momento no nos pagaban el 40% del plus
salarial por zona alejada, por zona inhóspita. Vos tenías la
obligación de trabajar 12 horas por día. La gente vivía en
galpones que se estaban construyendo para vivienda. Y había
galpones ya construidos donde vivían 80 ó 100 personas. Una
cama al lado de la otra, sin tener donde lavarse o bañarse.
Los baños estaban haciéndose... No te olvides que nosotros
trabajábamos con temperaturas de hasta 15 ó 20 grados bajo
cero. No podías tomar vino. Las mujeres no podían venir a
visitarte. ¡Una cantidad de prohibiciones que parecían de un
campo de concentración! Yo siempre fui comunista. Me empecé a
contactar con algunos compañeros que se estaban moviendo...
N.K.: ¿Vos tenías experiencia sindical previa?
Antonio Alac: Sí, yo participé en un montón de lugares. Yo
participé en la huelga metalúrgica de 1954 en Bahía Blanca.
Tenía entonces 17 años. Ahí me corté un dedo. Después de 45
días de huelga nos echaron... mi familia ya no quería saber
nada conmigo. ¡Te imaginás! ¡Alimentar un chico 45 días! Yo no
cobraba... Entonces, después de esa huelga metalúrgica, me fui
a Villa Regina y allí empecé a trabajar en los camiones, luego
en los galpones, donde trabajé mucho tiempo... como nosotros
somos formadores de ese sindicato... [referencia al sindicato
de la fruta]. Allí estuvimos en la gran huelga de 1957, donde
tuvo que intervenir el Ejército sobre el sindicato de la fruta
para exigir a los trabajadores que levanten la cosecha. Esa
huelga nosotros la hicimos con mi padre, cargábamos y
descargábamos cajones en la estación. Esas son algunas de mis
experiencias previas. Después tuve otra experiencia en 1959
trabajando en el petróleo. Revelaba películas. Hacía todo lo
que tenía que ver con los trabajos de perfilaje e
investigación de pozo de petróleo con aparatos especiales que
se bajan a través de guinches, que tienen los camiones, de una
extensión de 3.000 ó 4.000 metros. Aprendí todos esos trabajos
junto con los ingenieros. A los cinco meses de haber empezado
a trabajar allí, la empresa decide quitar de los salarios el
plus por zona inhóspita que era como el 40% de los salarios.
En esa empresa había meses que nosotros trabajábamos ¡hasta
350 horas extras!. Cada pozo tardaba 80 horas en terminar y lo
terminabas o lo terminabas... Las horas normales eran 150 por
mes. ¡O sea que trabajábamos 70 u 80 horas corridas, sin
parar!. Entonces ahí hicimos una huelga. Tomamos un abogado,
un tal Sarmiento, que nos traicionó y nos vendió... la
justicia de Trelew, en la provincia de Chubut, se puso a favor
de la empresa... aplicaban las leyes... Entonces nos
despidieron a todos, a algunos nos metieron presos, no mucho
tiempo, pero nos metieron. Por eso cuando nos dicen “Bajó el
salario”. Pero si eso fue una constante en nuestra historia...
N.K.: ¿Cuándo entraste a trabajar en el Chocón tenías
conocidos, antes de ser delegado?
Antonio Alac: No, cuando entré no conocí a nadie. Me hice
amigo de Armando Olivares y del cura Pascual Rodríguez. Ellos
dos eran los cuadros... digamos, los dos compañeros con los
que nos vinculamos en seguida. Ellos ya venían trabajando, ya
había habido algunos hechos de paro [huelga] en 1967, donde
algunos compañeros nuestros [Alac se refiere a los obreros
Mansilla, Inglés y Varela] habían dirigido la huelga por
condiciones de vida, de vivienda y de trabajo. Esos compañeros
fueron despedidos. Así que cuando yo llegué ya había una
pequeña historia. Lo que sucede es que los que iniciamos la
segunda historia éramos compañeros que no conocíamos nada. Nos
empezamos a contactar. Ya estaba el cura Pascual Rodríguez que
era un hombre que había hecho mucha vinculación con los
compañeros. Conversaba permanentemente, como trabajador y
cura, era muy querido y respetado. Entonces empezamos a hacer
nosotros nuestras propias reuniones. El tema central era cómo
impulsar un nivel de asambleas que nos permitiera a nosotros
elegir una comisión interna. Lo que la empresa no quería era
que se eligieran delegados. El sindicato de la U.O.C.R.A. era
dirigido por un tal Adolfo Schvindt. Era un sindicato patronal
y burocrático, administrativo. Los primeros intentos para
elegir delegados no resultaron. Convocamos entonces a una
asamblea, luego a otra asamblea, levantamos un petitorio de
más de 40 puntos. Entre ellos estaba el derecho a ver mujeres,
a tomar vino, a mejores viviendas, el tema de la zona
inhóspita, la seguridad en el trabajo. Este último era de lo
más serio, porque allí hubo 39 muertos...
N.K.: ¿Cuanta gente llegó a trabajar en total en El Chocón?
Antonio Alac: En total llegaron a trabajar más de 5.000
personas. Porque estaba la empresa central y luego una
cantidad de empresas subsidiarias que hacían distintos tipos
de trabajo para la construcción.
N.K.: ¿Cuántos eran los trabajadores que participaron durante
la huelga?
Antonio Alac: Yo creo que cerca de 4.000, a los que habría que
sumar a sus familias. Había en total entre 7.000 y 8.000
personas. Entonces hicimos las primeras reuniones y la gente
respondió. Había un núcleo grande de personas que participaba
y de a poco se fueron sumando más y más. El elemento
fundamental era el problema de las reivindicaciones y la
elección de la comisión interna. Hasta que convocamos una
asamblea y elegimos a los delegados. Entonces, cuando
discutimos entre nosotros quién iba a ser el delegado,
nosotros pensábamos que por sus vínculos con la gente tendría
que haber sido Pascual Rodríguez, el cura. Además porque lo
veíamos como alguien que iba a contactar con los sentimientos
e ideas de la gente y la gente se le iba a acercar en la tarea
que él desarrollara. Él dijo que no, que no estaba de acuerdo,
que era un hombre con una cantidad de responsabilidades y no
estaba de acuerdo en tomar una responsabilidad de ese tipo.
Después le ofrecimos a Olivares, pero Olivares respondió que
él no se sentía en condiciones para tomar la responsabilidad.
Y por último se determinó que el delegado tenía que ser yo. Ya
formando la comisión interna, hicimos una asamblea. Teníamos
tres delegados y nos faltaba uno más para la comisión interna.
En esa asamblea lo elegimos a Edgardo Torres, que fue un
compañero peronista como el cura Pascual Rodríguez. Olivares
era comunista y yo también. Con la participación de mucha
gente levantamos un acta en la asamblea y la presentamos ante
la patronal. Pero la patronal no nos reconoció. El sindicato
no nos reconoció y el Ministerio de Trabajo no nos reconoció.
Independientemente del no reconocimiento nosotros empezamos a
actuar. Entonces, como no había posibilidad de ir al arreglo,
decidimos ir a la huelga. La empresa nos convoca a los
dirigentes.
N.K.: ¿La empresa era multinacional?
Antonio Alac: No, la empresa era privada y de capital
nacional. Una de los primeros grandes trabajos que realizó fue
en Tucumán. Hizo allí un dique. La empresa privada nacional se
asocia con una empresa multinacional y juntas hacen la obra de
El Chocón. Tengo entendido que la empresa multinacional venía
del África donde había tenido alto grado de pérdidas de vidas
humanas por las condiciones de trabajo. Nos contaban en la
empresa que muchos trabajadores de África no se querían poner
los botines.. El nivel de exigencia de los capataces italianos
era muy alto y muy agresivo. Nosotros hemos visto, por
ejemplo, cómo un camioncito de hormigonear aplastó a un
trabajador y chocó. Entonces venía el capataz a fijarse si el
choque era muy grande en el camión... mientras el trabajador
estaba muriéndose en el suelo... Todas estas situaciones
fueron acumulando nuestra decisión...
N.K.: ¿Cómo evaluaba la empresa el movimiento?
Antonio Alac: El otro día un amigo que estuvo en la huelga del
Chocón, pero desde adentro, porque él era administrativo,
encargado de personal, me decía que la empresa, el gobierno
provincial y el gobierno nacional —la dictadura— tenían una
gran preocupación por nosotros. La empresa entendía que de
esta manera nosotros pasábamos a dirigir el gremio de la
construcción en toda la provincia. Era un gremio muy
importante. No hay que olvidarse que en ese momento casi el
40% del presupuesto nacional destinado a obras públicas estaba
destinado a Neuquén y Río Negro. Eran millones y millones de
dólares.
N.K.: ¿Qué sucedió cuando se entrevistan con la empresa?
Antonio Alac: Entonces, cuando no se reconoció la comisión
interna, nosotros fuimos a la asamblea general y allí se
decidió exigir el pliego de reivindicaciones y el
reconocimiento de los delegados. Entonces la empresa nos
convocó. Una convocatoria de intimidación. Entramos los tres
delegados. Cuando entramos al despacho del gerente general,
que era un italiano, le dijimos que la empresa nos tenía que
reconocer. La empresa nos contesta que no, que no lo podían
hacer porque el Ministerio de Trabajo y el propio sindicato se
negaba a reconocernos.
N.K.: ¿Quién dirigía el sindicato central de la construcción?
Antonio Alac: Las dos figuras centrales eran Rogelio Coria y
Rogelio Papagno, dos burócratas.
N.K.: ¿Con quién estaban alineados? ¿Con la CGT [Confederación
General del Trabajo]?
Antonio Alac: Estaban alineados con la CGT, con el Ministerio
de Trabajo y con la patronal. ¡Íntimamente con la patronal!.
Coria fue uno de los burócratas más corrompidos, de mayor
jerarquía y que acumuló mayor fortuna... No sé la fortuna que
tendrá hoy [1995] Gerardo Martínez..., pero Coria tenía una
fortuna... ¡En Paraguay, por ejemplo, tenía un campo y un
criadero de toros de raza! ¡Ésa era la fortuna de Coria! Coria
era un señor... un señorito... era un tránsfuga, un corrupto
en todos los niveles. Después los Montoneros lo matan.
N.K.: ¿Qué sucedió entonces cuando la empresa se niega a
reconocerlos?
Antonio Alac: La patronal nos dice que nos teníamos que ir de
la empresa. Entonces los patrones, concretamente el gerente
(creo que se llamaba Osatti), llaman a la policía —que estaba
ahí cerca, afuera de la reunión— y les dice: “Acompáñenlos
fuera del radio de la empresa”. Entonces ahí se produce un
tira y afloje. Nosotros contestamos: “Tenemos que llevarnos
nuestras cosas. Permítannos ir a buscar nuestras cosas,
nuestra ropa...”. Para todo esto, ya todos los trabajadores
estaban comunicados. Porque el sólo hecho de que la empresa te
convoque... ya todos estaban enterados y había un proceso de
movilización. Entonces se decide que sí, que volvamos a la
empresa acompañados por la policía —que portaba
ametralladoras— y entonces en la medida en que vamos
caminando, se empezó a juntar la gente. Entonces la policía
nos dice que saquemos nuestras cosas, nuestra ropa. Ahí yo
aprovecho y abro la ventana de atrás del pabellón y empiezan a
parecer los compañeros. Me preguntan: “¿Qué hacemos?”. Yo les
contesto: “Hay que movilizar a todo el mundo. Que todo el
mundo venga hacia acá...”. Y entonces ahí nos quedamos de
prepo [por la fuerza]. Había policías que, aunque tenían la
ametralladora en la mano, temblaban como una hoja... ¿te das
cuenta? Es que estaban rodeados por cientos de obreros
alrededor... Les tuvimos que decir: “¡Tranquilizate! Si vos
tirás un solo tiro acá, no salís vivo...”. Ese policía, si
tiraba no era de valiente... ¡Esta re-cagado de miedo
alrededor de la situación que se vivía!. Bueno, de ahí
decidimos afirmar la huelga. Llamamos a la huelga general. A
las pocas horas vienen los cuerpos de policía con un oficial
al mando. El que estaba al mando exige que se entregue el
delegado. Estábamos en una loma, en un alto. Habíamos hecho
una barricada. Ellos, la policía, estaban abajo.
N.K.: ¿Con qué hacían las barricadas?
Antonio Alac: La barricada las hacíamos con cajones de
dinamita, con palos, con todo lo que encontramos a mano que
pudiera servir como obstáculo... porque tenían una sola
subida. Así que cuando quisimos acordar vemos que avanza un
escuadrón grande de milicos que llega hasta la barricada y
exigen que se entreguen los delegados. Pide hablar con el
delegado. Yo me presenté. El tipo dice: “Señor Alac: usted
tiene que acompañarnos”. Entonces, como había casi mil obreros
allí, yo pregunto: “Compañeros: ¿qué deciden? ¿Lo acompaño al
policía?”. Ellos dicen: “Noooo...”. Entonces el tipo vuelve a
decir: “Señor Alac: la cosa está muy seria, hay mucha
decisión, hay órdenes”. Entonces volvemos a preguntar y nos
vuelven a responder: “Noooo...”. Luego el policía vuelve a
insistir: “Señor Alac: por tercera vez le digo que usted se
tiene que entregar y nos tiene que acompañar. No queremos
vernos obligados a reprimirlos”. Entonces yo les digo a los
trabajadores: “Compañeros: ¿nos entregamos?”. Responden de
nuevo: “Noooo...”. Entonces los tipos de se ponen en posición
de ataque y abren fuego con gases lacrimógenos contra la
gente. Tuvimos 14 heridos. Los viejos cartuchos de gas
lacrimógeno eran de aluminio. Se abrían en dos con aristas,
donde te rozaba la carne se hundía en el cuerpo. Ahí nos
juntamos y les empezamos a tirar piedras. ¡Era tal la lluvia
de piedras que les tiramos que tuvieron que disparar todos!.
¡Todos! Algunos caían, a otros les pegábamos en el cuerpo. No
quedó ninguno que no quedara machucado. La velocidad que
desarrollaban era la velocidad de las piedras que les tiraba
todo el mundo. Fue una derrota catastrófica para ellos.
N.K.: ¿Cómo organizaban la seguridad de la huelga?
Antonio Alac: Nosotros teníamos piquetes y guardias obreras
que recorrían todo permanentemente. El perímetro tenía unos
700 u 800 metros. Estábamos cercados. Había patrullas de la
policía, de la brigada de choque contra las manifestaciones,
etc. Teníamos que cuidar cada parte del perímetro. Las
guardias nuestras tenían rifle, revólveres, pistolas, bombas
molotov, etc. Una de las cosas más serias que nosotros
manejábamos era la cuestión de los explosivos. Había gente con
mucha experiencia. Porque esa obra también se caracterizó por
contar con trabajadores de distintas nacionalidades. Había
brigadas de trabajadores chilenos, contratados en carpintería,
que habían sido contratados poco antes de la huelga. La gente
de Chile venía ya organizada con delegados. Eran como 200.
Cuando llegaron, nosotros los entrevistamos. Nosotros no les
pedíamos que actuaran pero les pedíamos que no trabajaran. Así
lo hicieron. Después teníamos gente muy interesante, muy
definida alrededor de las luchas, de origen uruguayo. También
participaron trabajadores bolivianos y paraguayos. Los
hermanos bolivianos era gente que tenía una gran experiencia
en el tema explosivos, por ejemplo en la mina Siglo XX. Eran
quienes estaban responsabilizados en este tema en algunos
preparativos.
N.K.: Ellos tenían experiencia en formas de autodefensa...
Antonio Alac: ¡Por supuesto! Ellos manejaban la dinamita...
habían peleado contra el Ejército en Bolivia. Sus huelgas son
famosas por el grado de resistencia que han tenido.
N.K.: ¿Cuánta gente participaba de estas guardias obreras?
Antonio Alac: Nosotros calculábamos que por cada turno nunca
bajaban de 100 trabajadores. Dependía de las horas. De noche
eran grupos más chicos y mas distribuidos. De día había más
gente en movimiento. Te imaginás... había más de 500 tipos
caminando por allí, se caminaba, se recorría... Nadie se
quedaba quieto.
N.K.: ¿Cuántos formaban parte del comité de huelga?
Antonio Alac: Aproximadamente 25 personas. A su vez ese comité
de huelga tenía responsabilidades sobre tantas otras personas.
No había problemas para cubrir las guardias. Al principio de
la huelga habíamos tomado el polvorín. Era una cueva grande
donde estaban todos los explosivos. Lo tomamos y obtuvimos lo
necesario. Después, como estaba muy lejos, decidimos dejarlo,
porque se podría haber producido una voladura o algo por el
estilo, entonces lo dejamos.
N.K.: ¿En qué momento entra en escena la gendarmería?
Antonio Alac: Más tarde. El comandante de gendarmería decía
las cosas tal cual como las pensaba. Lo dijo y salió en todos
los medios de comunicación a nivel nacional. Reconoció que
“los obreros del Chocón vivían en forma infrahumana”.
N.K.: ¿Qué cuerpo policial participó en esa represión?
Antonio Alac: Era la policía de la provincia de Río Negro,
policía de la provincia de Neuquén y la policía federal. La
Brigada de Güemes, que era la brigada especial de choque
contra las manifestaciones populares de los años ’70, envió a
la represión más de 200 efectivos. La Gendarmería entra
después en operaciones. La brigada especial de represión actuó
muy fuerte allá, en el sur. Nos agarraba gente, los golpeaba,
los torturaba, los quemaba con cigarrillos y después los
dejaban. Hacían simulacros de secuestros... Nosotros luego
hacíamos la denuncia... Hay un caso, por ejemplo, de que a un
obrero de origen boliviano lo colgaron de un puente de cabeza
abajo y con las manos atadas. Pero todo eso ellos lo hacían
afuera, no dentro del espacio donde nosotros estábamos.
N.K.: Donde estaban ustedes, ¿ellos no entraban?
Antonio Alac: No, no entraban. Solamente, una sola vez, se nos
metió un colectivo completo de policía federal.
N.K.: ¿Y ustedes que hicieron?
Antonio Alac: Primero que nada, no los dejamos bajar. Y
segundo, les metimos cajones de dinamita y explosivos químicos
debajo del colectivo. Podríamos haberles dicho que salgan,
pero no. Los obligamos a quedarse toda la noche allí. Y no les
permitimos bajar para ir a orinar ni a defecar ni a nada...
¡Nada! Estuvieron toda la noche y a la mañana dieron marcha
atrás y se fueron... Así estaba planteada la cosa.
N.K.: ¿Qué pasó después con la comisión de delegados?
Antonio Alac: Bueno, ellos terminan por reconocernos como
delegados. Y entonces nosotros empezamos a aplicar las
reivindicaciones... insistíamos con el problema de la comida,
la vivienda, empezamos ver el cumplimiento de las boletas de
pago, hacíamos asamblea permanentes, exigimos que nos dieran
una casa para el sindicato. Lo otro que era muy fuerte era el
problema de la seguridad.
N.K.: ¿Cada cuanto hacían las asambleas?
Antonio Alac: Durante las primeras etapas todos los días,
estábamos casi en asamblea permanente. Levantábamos actas,
armábamos comisiones para distintos tipos de actividades. Los
tiempos de dirección de la comisión interna no fueron más de
dos meses.
N.K.: ¿Qué grado de solidaridad tuvo la huelga?
Antonio Alac: Tuvo un alto grado de solidaridad en todos los
aspectos. En el plano político, de parte de la izquierda y
todos los movimientos de lucha, vinculados a la Intersindical
[referencia a la Comisión Coordinadora Intersindical] de todos
los gremios obreros que estaban dirigidos por el acuerdo
intergremial encabezado por Agustín Tosco. Además había una
alta simpatía en la resistencia contra la dictadura militar.
Debido a la participación de Monseñor de Nevares, hubo miles
de cristianos que simpatizaban con nosotros. Dentro del
Chocón, los trabajadores cristianos eran la inmensa mayoría. Y
desde afuera, los que trajeron muchísima solidaridad. Había
también mucha simpatía desde el ángulo de los gremios y
sindicatos como Luz y Fuerza y los Ferroviarios, que
estuvieron muy pegados a la solidaridad.
N.K.: ¿Cómo expresaban esa solidaridad?
Antonio Alac: Con comida, principalmente, alimentos, y también
con declaraciones políticas, encuentros, actos y debates donde
explicaban nuestra situación, etc.
N.K.: ¿Y los estudiantes?
Antonio Alac: Los estudiantes también jugaron un gran papel.
Estuvieron muy pegados a la solidaridad. Fundamentalmente los
estudiantes de la facultad del petróleo, cerca de Cutral-Có,
donde salían técnicos petroleros. La solidaridad tuvo altísimo
nivel, en lo regional, en lo nacional y en lo internacional.
No hay que olvidarse que era una huelga frente a una dictadura
militar que tenía terminantemente prohibido la actividad de
las organizaciones políticas, principalmente de izquierda. Una
dictadura que había sacado una ley N° 14.401, la ley
anticomunista. Era anticomunista pero era contra toda la
izquierda. En ese clima se hace la huelga que le crea muchos
problemas a la dictadura. Por eso su objetivo central pasa a
ser nuestra derrota. Éramos un grupo de obreros, a 80
kilómetros de la ciudad más cercana, pero que le traíamos
muchos problemas a la dictadura.
N.K.: ¿Esa distancia de la ciudad les trajo a ustedes
dificultades?
Antonio Alac: Por supuesto, porque cualquier esfuerzo de la
militancia se complicaba. A pesar de eso, hubo caravanas de
cientos de vehículos que iban a llevar la solidaridad y la
presencia. Eso está en los diarios de aquella época. Afuera
del radio de la empresa, en la puerta, se hicieron actos de
protesta y solidaridad. Así los movimientos sociales y la
izquierda presionaban sobre las organizaciones políticas. En
ese tiempo Zapag asumía como gobernador de la dictadura
militar de Ongañía en un acuerdo político. También hubo un
alto grado de solidaridad de los profesionales. Era un momento
muy especial. La gente tenía necesidad de expresarse y luchar
contra ese gobierno dictatorial. Eso estaba instalado a nivel
nacional en la cabeza de todas las organizaciones sociales y
políticas, con excepción, por supuesto, de la derecha y la
burocracia sindical.
N.K.: ¿La CGT hizo algún paro nacional en solidaridad con la
lucha de ustedes?
Antonio Alac: No, ¡no hizo absolutamente nada!. Los que se
movilizaron con apoyo y con la solidaridad de sus opiniones
fueron las organizaciones nucleadas en la Intersindical —con
Agustín Tosco a la cabeza—, la CGT de los Argentinos
[opositora], con delegaciones de apoyo. El MUCS, que fue una
de las organizaciones donde nosotros, los comunistas, actuamos
en algunos sectores del movimiento obrero. Nosotros
integrábamos la Intersindical donde Agustín Tosco era el jefe
político.
N.K.: ¿Vos, en el medio de la huelga, fuiste a Córdoba?
Antonio Alac: Claro. Para nosotros eso fue uno de los momentos
de definiciones políticas más alto. Nosotros llegamos a la
conclusión de que la política es uno de los elementos
centrales del movimiento obrero. No hay política de
reivindicación por la reivindicación misma... eso es, en
último término, un elemento retardatario en la conciencia
porque impide ver el tema del poder para la clase obrera en
función de crear una sociedad mejor, ¿te das cuenta?. Cuando
la gente de Tosco, la Intersindical, el MUCS y otras
organizaciones hacen la convocatoria desde Córdoba a todas las
comisiones internas y a todos los luchadores que habían
protagonizado tomas de complejos industriales —como el de
Ledesma y otros— nosotros participamos. Ir a Córdoba fue una
decisión decidida en asamblea. La idea era fortalecer a los
sectores que manifestaban un sindicalismo real... Nosotros,
los trabajadores del Chocón, habíamos vivido todo el proceso,
que fue muy fuerte, de tener que defender a los delegados
elegidos frente a la burocracia y frente a la patronal.
N.K.: ¿En Córdoba intercambiaron experiencias con los
compañeros que habían protagonizado el Cordobazo?
Antonio Alac: No pudimos porque la dictadura prohibió la
realización del acto. Los milicos cercaron el sindicato de Luz
y Fuerza de Córdoba.
N.K.: ¿El Cordobazo de mayo de 1969 tuvo influencia en el
Choconazo de febrero-marzo de 1970?
Antonio Alac: Mirá, para los que teníamos definiciones
gremiales y políticas todo eso significó un ejemplo de
resistencia. Ahora bien, desde el ángulo de la mayoría de los
obreros del Chocón, yo creo que todos tenían un amplio respeto
y simpatía por todo aquello que significaba una lucha contra
la dictadura. Ahora, no sé si en la mayoría de los
trabajadores del Chocón se tenía conocimiento real del
significado de esa lucha de Córdoba y de su nivel de
definiciones. No lo sé. De parte nuestra, sí. Por eso, sin
ningún tipo de dudas, optamos por el camino de la confluencia
con los sectores más combativos del movimiento obrero. Después
del Cordobazo hubo meses de “quietud” y entonces sale el
Choconazo con una fuerza... que pasa a ser uno de los
elementos de interés de toda la militancia y toda la
resistencia contra la dictadura.
N.K.: ¿Qué pasó después que ustedes volvieron de Córdoba?
Antonio Alac: El Ministerio de Trabajo de la dictadura y la
burocracia sindical formaron, juntos, una comisión paralela.
El mismo Coria, uno de los burócratas principales del
sindicato... La envergadura del conflicto lo obligó a
intervenir dos o tres veces. La táctica política general de
ellos fue desgastar la lucha e ir apareciendo, de vez en
cuando, en algún mecanismo de negociación en función de
demostrar al país que la U.O.C.R.A. estaba presente... En
general ellos apostaban a políticas retardatarias para
prolongar el conflicto, no dar soluciones, y dejar que la cosa
se vaya desgastando. ¡Y naturalmente se desgasta! Primero
porque se vuelve imposible mantener una huelga a 80 kilómetros
de la ciudad, a pesar de la solidaridad. Segundo, por las
presiones alrededor de la necesidad de dar respuestas frente a
las necesidades de las familias. La mayoría tenía sus familias
afuera, por ejemplo en el norte de la Argentina. Había una
necesidad salarial, una necesidad de dinero para la familia,
para las enfermedades, etc. Llegó un momento en que el
desgaste era muy grande. Pero a pesar de eso, existió mucha
dignidad. Sí, mucha dignidad. Porque la gente no volvió al
trabajo, días antes de que termine la huelga, mucha gente se
empezó a ir. Cuando terminó la huelga, ¡no aceptaron volver a
trabajar! ¡Mucha dignidad! Eso corrobora el alto grado de
justeza, de dignidad y de la decisión de mantener los valores
por los que habían luchado.
N.K.: ¿Cómo fue el final del conflicto?
Antonio Alac: Todos los cuerpos de represión tenían un cerco
del perímetro. Entonces, una mañana temprano empezaron a
ingresar muy despacio. Nosotros habíamos manifestado que
teníamos minada toda la región, toda la zona.
N.K.: ¿Era verdad?
Antonio Alac: No, no estaba minada, pero nosotros les dijimos
eso. Si minábamos, no podíamos ganar el conflicto. Nosotros
apostábamos a la participación del campo popular. Además
nuestro fuerte era la resistencia y la participación desde
adentro todo el tiempo que se pudiera. Cuando se termina la
huelga, nosotros tuvimos que hacer “desaparecer” pilas de
armas que teníamos, rifles, pistolas... Entonces ellos
empezaron a meterse y revisaban centímetro por centímetro para
ver si había explosivos instalados. Nosotros estuvimos como
cinco horas mirando, porque una de las cuestiones que ellos se
jugaban, psicológicamente, era apostar a la huida de los
delegados. Querían que nosotros huyéramos. ¡Nosotros decidimos
que no! ¡Nosotros decidimos que nos quedábamos! Así que
después de horas y horas de revisar centímetro a centímetro,
cuando llegaron abajo se dieron cuenta que nosotros los
estábamos esperando, apoyados en las paredes, mirando lo que
ellos hacían [risas de Antonio]. Ahí es donde me sacaron esa
foto donde agentes de la policía federal, inmensos, medían
como 2,10 metros de altura, me agarran para llevarme detenido.
N.K.: ¿A cuántos se llevaron detenidos?
Antonio Alac: A seis o a siete. Estaban Olivares, Torres.
Pascual, el cura, no estaba. Agarraron a un grupo de
compañeritos jóvenes que estaban con piedras. Entre ellos
tomaron a un viejito, muy activo, muy bueno, realmente muy
bueno, tengo los mejores y más lindos recuerdos de este
viejito. Estaba un poco asustado, le había agarrado dolores al
corazón y todas esas cosas por la presión terrible del
momento. Nos llevaron esposados, con las esposas atadas abajo
a los asientos, teníamos que ir agachados todo el viaje, y nos
depositaron en Coordinación Federal [Departamento de represión
de la Policía Federal Argentina en Buenos Aires, la capital
del país]. Era tal la presión popular que se manifestaba en
las provincias y en todo el país, que nos tuvieron que llevar
de nuevo a Neuquén donde nos soltaron. Quiero decir que
también tuvo un altísimo significado la participación de
[monseñor] De Nevares... Porque mientras que todo el mundo, de
una forma u otra, y esencialmente los trabajadores cuestionan
a la Iglesia como institución y sobre todo a los curas... es
así... por lo menos los trabajadores que están en el trabajo
de alta exigencia física... pero la participación de De
Nevares tuvo un alto impacto frente a miles de personas.
N.K.: ¿Cuál fue su actitud?
Antonio Alac: Bueno, fue un hombre que al principio creyó que
podía negociar y que podía lograr algo... entrevistando a
Ongañía... tuvieron un encuentro en Villa La Angostura. Él
creía que podía lograr algunos éxitos. Pascual Rodríguez, que
era el cura obrero, le dijo a de Nevares que no vaya, que no
hacía falta, porque no iba a conseguir nada. Pero él, con esa
concepción humana que tenía, fue. Y efectivamente, no logró
nada, porque era imposible con las definiciones de clase, tan
reaccionarias, como las que tenía Ongañía. Así que De Nevares
volvió. Nosotros seguimos en la lucha y él siguió acompañando.
Para todos nosotros resultó un alto nivel de impacto. Porque
él era el obispo comprometido... era el cristiano... era el
cura comprometido de hecho... ¿te das cuenta?... y sin dudar a
favor de las reivindicaciones del movimiento obrero. Para un
cristiano eso tenía un alto significado. Lo que él hacía daba
más seguridad. Entonces los delegados tenían el máximo grado
de reconocimiento.
N.K.: A partir de tu experiencia en el Chocón, ¿qué
significaría para vos ser clasista? ¿En qué consistiría el
clasismo para un militante y un dirigente sindical?
Antonio Alac: Yo creo que el Chocón muestra eso. Primero, un
dirigente enrolado, política e ideológicamente, en la lucha de
clases como elemento central. Y en segundo lugar, la lucha
contra la burocracia sindical, contra el sindicalismo
corrupto, es una lucha de altas definiciones. No puede haber
actitudes intermedias. Puede haber quizás tácticas intermedias
para derrotar a la burocracia sindical. ¡No hay que
olvidarse que en esa época la burocracia sindical daba las
listas negras de persecución a las empresas para que no dieran
trabajo!.
N.K.: ¿Vos estabas en alguna de estas listas negras?
Antonio Alac: ¡Sí! Este amigo que trabajaba como
administrativo en la empresa me contaba el otro día que para
la empresa los trabajadores se nombraban como un número... era
el número fulano de tal...Yo era el número 957. Este amigo me
decía que él tiene una fotocopia de la empresa donde mi nombre
está tachado con tinta negra.
N.K.: ¿Qué otras características tiene para vos el clasismo?
Antonio Alac: Otra cosa es que no puede haber dirigente
sindical clasista que esté vinculado, solamente, a la
reivindicación. Yo creo que un militante y un dirigente
sindical tienen la obligación, primero, de politizar a la
gente. Con las concepciones de clase, ¿no? Mostrando cómo es
el sistema de explotación, cuál es su poder y cómo actúa el
poder. Y, segundo, tienen que tener necesariamente una
propuesta de liberación donde la clase obrera sea el motor de
ese proceso. Porque tenemos que decir la verdad. Nosotros
hemos visto que la izquierda ha jugado mucho al proceso de
consolidar fuerza a través de las reivindicaciones. Creo que
las reivindicaciones son un medio y un medio necesario para
dar respuesta y aliviar la situación de los trabajadores...
pero eso desvinculado de la propuesta política no vale nada.
Eso es, simplemente, obtener una dádiva para sufrir más
explotación. Entonces el sindicalismo, necesariamente, tiene
que tener alto grado de politización. Tiene que tener táctica,
tiene que tener estrategia. Una estrategia de poder. Y tiene
que tener táctica en el movimiento obrero en función de
unificar y unir, de romper todas aquellas trabas que son
trabas de las cabezas de los compañeros que hacen trabajo
político para crear un movimiento obrero fuerte que sea su
propio liberador. De él mismo y de todo el pueblo, del campo
popular. Para mí eso debe ser un dirigente. Yo digo que los
atributos del Chocón fueron eso.
N.K.: ¿Había un camino alternativo, más moderado, distinto al
que ustedes emprendieron?
Antonio Alac: Quizás podríamos haber especulado a más largo
plazo. Podríamos haber especulado de no favorecer la
resistencia del campo obrero y popular. Así hubiéramos
obtenido, tal vez, algún pequeño espacio de poder... esos
espacios de poder que a veces han servido para corromper a
tantos dirigentes... Pero nuestro camino era otro. Tenía un
alto grado de definiciones políticas e ideológicas de lucha
contra el sistema, contra la dictadura y contra la burocracia
que, en último término, estaba vinculado a todo lo que se
manifestaba durante los años ’70 en Córdoba, con el
SITRAC-SITRAM... con ese espacio de lucha por el poder
popular. Estuvo vinculado a la experiencia cubana, para
nosotros muy importante. Estaba vinculado a la figura del Che
Guevara. Entonces, existía el elemento del dirigente popular,
del dirigente sindical que sentía el alto concepto de la
liberación y la revolución. No había especulación, ¿te das
cuenta? Apostábamos a la lucha y la lucha dio el fruto. Si
bien se podría decir que políticamente no la ganaste, pero
dejaste asentado un fenómeno nacional para el conjunto de los
trabajadores. Además, eso significó incluir en la lucha de los
marxistas a referentes cristianos con altísimas definiciones y
de una ética asombrable, como fue la participación de De
Nevares y se lograron una cantidad de definiciones que
nosotros planteábamos. Se lograron porque la dictadura militar
y la empresa comprendieron que no podían tener tan alto grado
de denuncia en las condiciones de explotación y de trabajo del
movimiento obrero. Por lo menos que esto, el Chocón, no era
como en el África, donde antes había estado la empresa. En
nuestra realidad, había antecedentes de lucha muy altos. Había
hombres y trabajadores que no estaban dispuestos a ser vejados
por una empresa que lo único que quiere es obtener más dinero.
Lo que en la empresa estaba destinado a salarios, dentro del
plan de presupuesto, después de la lucha se multiplicó por dos
o tres veces. O sea que el gobierno le reconoció a las
empresas los mayores costos como si nada. Yo creo que eso
merece dejar un recordatorio para la historia. Habría que
investigar estos fenómenos de lucha, cómo se dieron dentro de
la empresa, fuera de la empresa, cuál era el momento político
que se vivía, cuál era el momento internacional. Cuál era el
peso de lo que después se iba a referenciar en la lucha
armada, de los miles de jóvenes que perdieron la vida por
querer cambiar esta realidad. Yo creo que hay que sacar
conclusiones.
N.K.: ¿Cuáles serían, en tu opinión, algunas de esas posibles
conclusiones?
Antonio Alac: Yo creo que uno de los problemas más serios, al
menos para mí, es el problema de la desunión de la izquierda
en esa etapa. “Vanguardias glorificadas”..., ¿entendés?,
apartadas de un análisis político o una síntesis real del
momento político que vivían sociológicamente las masas. Así
terminamos... Era normal escuchar un tiroteo en esa época en
esta capital [Buenos Aires]. Una vez, cenando una noche en San
Justo [barrio de la periferia de Buenos Aires], escuché un
tiroteo. Y la gente que estaba conmigo dijo: “Ahí están de
nuevo los que están enfrentándose...”. No llegaban a reconocer
que de un lado estaban los que se jugaban la vida por el
futuro y del otro lado estaban los que quería aplastar la
vida. Eso es un fenómeno para pensar... ¿Cuándo están las
condiciones reales? El problema es cómo hacemos madurar de
abajo la participación del campo popular. Cuando los
dirigentes se juegan la vida, eso va consolidando una cultura
contra el miedo... Eso va consolidando una referencialidad,
pero no falsa, sino una referencialidad de los que se juegan
las pelotas y la vida en la lucha. Después de 25 años, hoy
[1995] te encontrás con mucha gente que tienen aquel hecho del
Chocón como referente político. Como un hecho de dignidad de
clase. Es muy bueno que, ¡después de 25 años!, la gente lo
tenga en su cabeza como un fenómeno de hasta donde puede
llegar el campo popular. Los trabajadores recuerdan eso como
un hito de orgullo, no de dolor... No te dicen: “¡Perdí el
trabajo!” o “Me peleé con mi mujer por todas estas
cosas”...No, no, no. Te dicen con orgullo: “¿Te acordás lo que
hicimos?”. ¡Lo que hicimos! No fue un problema de referente.
De fulano que dirigió. Fue un hecho que abarcó el compromiso y
la ética de marxistas y cristianos, como dice De Nevares en la
película [film que cuenta la vida de Monseñor Jaime De
Nevares] o de cristianos y ateos. Fue un compromiso de lucha
muy fuerte. Por ejemplo, muchos profesionales italianos,
ingenieros, como un tal Negri, fue despedido de la empresa. Un
cristiano, italiano, que venía de la Italia del Primer Mundo,
donde el tipo, él mismo, juntaba la solidaridad para llevar a
la olla popular para que los obreros comieran. Eso lo sabía la
empresa, lo sabía el gobierno militar, los servicios de
inteligencia. Todos los sabían. Y él juntaba la solidaridad.
Perdió el trabajo...
N.K.: ¿Además de De Nevares había otros curas solidarios?
Antonio Alac: Sí. En Neuquen había un cura italiano, Gagliatti
[¿? no se oye bien] también muy definido. Además estaba el
cura Roter [¿? no se oye bien] que falleció en los leprosarios
de Venezuela. Durante la dictadura militar [la de 1976-1983]
lo fui a ver a Cutral-Có y me decía: “Antonio”... porque yo
había trabajado en la fruta con un hermano suyo, un hombre
magnífico, de esos patrones que de vez en cuando uno se
acuerda, era hermano de este cura. En Cutral-Có me decía,
dentro de la Iglesia, durante la dictadura: “Antonio: anoche
soñé y veía los cardenales con esas capas rojas, que estaban
avalando los crímenes militares, y les chorreaba sangre de las
sotanas...”. Eso me decía.
N.K.: ¿Qué otra cosa te gustaría decir?
Antonio Alac: No sé qué otra cosa te podría decir que valiera
la pena. Tal vez repetir este asunto de la política, hermano.
Yo creo que hoy [1995] una parte importante del movimiento
obrero no está metiendo la política como elemento central. Los
procesos de retroceso van a ser mayores. Hoy hay una necesidad
impostergable de construir una alternativa política donde el
movimiento obrero sea el motor central de esa construcción.
Eso es una necesidad imprescindible, estratégica, ideológica,
política, innegable. Eso se tiene hacer con pluralismo y
debate político. Y golpear muy fuerte, pero muy fuerte, contra
las cosas que nos dividen. Porque a veces son cosas tan
pequeñas, pero tan pequeñas, donde la política pasa a estar
regida por una determinación individual y no de un análisis de
las necesidades de los colectivos populares. “Que prevalezca
mi idea, la mía”. No es así. Nosotros tenemos que jugar
nuestras ideas con el movimiento popular, que maduren con ese
movimiento. Lanzar nuestras ideas al debate pero sacar
conclusiones estratégicas en función del momento político para
llevar a la comprobación de nuestras ideas. Hoy hay una
tendencia al aparatismo. No tenemos a veces paciencia para
construir desde abajo y en conjunto, con propuestas políticas
que vayan madurando. El marxismo nos exige un análisis con
alto grado de política y de ideología.