UN POETA A CUBA

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Letra de fuego
 

 

Aquel memorable 20 de Octubre una multitud enardecida cantó en una plaza de Bayamo la marcha guerrera que devino Himno Patrio.

¿Compuso Perucho Figueredo ese día la inmortal pieza o había sido escrita tiempo antes?

¿Qué pasó después con la obra en los campos insurrectos?

¿Cuándo se convirtió oficialmente en símbolo nacional?

JR se acerca al suceso y a sus protagonistas

 
por Osviel Castro Medel y Aldo D. Naranjo

BAYAMO.— De niños solíamos escuchar absortos el relato, lleno de magia y fulgor: Pedro Figueredo (Perucho) compuso el Himno Nacional con la pierna cruzada sobre la montura de su caballo ante una multitud que coreaba “¡La letra, la letra!” y “¡Viva Cuba libre!” en una de las céntricas plazas de la Ciudad Antorcha.

Luego venían en la narración otros detalles que enardecían. “Fue el 20 de octubre de 1868, después de dos días de encarnizados combates entre los españoles y el naciente Ejército Libertador, que guiado por Céspedes entró triunfante a Bayamo, la primera ciudad liberada en nuestra historia”, escuchábamos a menudo.

Ahora, vencidos los años infantiles, y yendo a la raíz objetiva de aquella bella leyenda, entendemos que no fue una gesta mal contada. Pero creemos necesario agregarle ciertos complementos de peso para que siga viajando a la posteridad sin mistificaciones.

Agregar, por ejemplo, que Perucho no compuso La Bayamesa sobre el cuello de su caballo Pajarito sino que la memorizó de un tirón aquel citado día ante los gritos y vítores de los primeros ciudadanos libres de la nación.

Añadir que alguna otra persona lo ayudó a concebir su inmortal obra y que la música de la pieza, para nuestro asombro, presuntamente facturada antes, llegó a conocerla casi Bayamo entero.

No son revisiones históricas; son hechos probados en los que los cubanos, sobre todo las nuevas generaciones, debemos ahondar…
 

RONCHAS POR LA MÚSICA

La historiografía ha recogido —aunque no se ha divulgado como se debe— que la música del Himno de Bayamo, estrenada públicamente el 11 de junio de 1868 en la Iglesia Mayor de esta ciudad, surgió primero y la letra después.

Al respecto la versión más extendida señala que el patriota Francisco Maceo Osorio le dijo a Perucho un día de 1867, en los fragores de los preparativos independentistas: “A ti, que eres músico, te toca componer nuestra Marsellesa”.

En la madrugada del 14 de agosto de 1867, en el séptimo cuarto de su casa de dos plantas, Figueredo se sentó ante el piano y tras ardua labor completó la obra; es decir, la música. Después la dio a conocer a unos 70 revolucionarios reunidos en su morada.

¿Y la melodía no tenía letra?, se han preguntado más de una vez historiadores e investigadores a lo largo del tiempo. Probablemente, se puede responder con toda lógica.

Para reafirmarlo, cabe recordar los testimonios de su yerno Carlos Manuel de Céspedes (hijo) quien señaló a periódicos extranjeros que Pedro Figueredo tenía la letra desde mucho antes de su estreno.

En ese hilo, parece indiscutible que su esposa, la poetisa Isabel Vázquez Moreno, lo ayudó a elaborar el vigoroso texto guerrero. Esta mujer —hermana de Luz Vázquez, aquella que inspiró la primera canción trovadoresca de Cuba (nombrada también la Bayamesa)— aún no ha sido colocada en el sitial que merece.

De vasta cultura, desplegó una loable labor social por aquellos años. Tuvo numerosos hijos con Perucho (11 dicen algunos), permaneció errante en la manigua después del incendio de Bayamo, sufrió exilios y murió casi sola en Nueva York en una fecha que la tradición oral sitúa en el año 1888.

Regresando de nuevo a la historia sobre el Himno: Perucho entregó las partituras de su creación al músico Manuel Muñoz, cercano vecino suyo, quien la instrumentó con su orquesta. Este, en mayo de 1868 les presentó la orquestación a Figueredo y a Francisco Vicente Aguilera y ambos quedaron encantados con el montaje.

Después vino el escándalo: con la anuencia del padre católico Diego José Baptista, un verdadero patriota, la música fue estrenada en medio de las celebraciones del Corpus Christi en el púlpito de la Iglesia Parroquial, frente a las propias autoridades españolas y el mismísimo gobernador de Bayamo, el teniente coronel Julián Udaeta. Inmediatamente el militar calificó de subversiva la obra y echó el ojo al “revoltoso” Perucho.

Así la melodía se hizo célebre en la ciudad, rebelde por tradición, y esa popularidad continuó levantando ronchas en las fuerzas de la metrópoli. Sobre ese tópico escribió Martí años después en Patria: “La Bayamesa se tocaba por las bandas criollas de la localidad, se cantaba por las damas y se tarareaba por los muchachos de la calle”.

Si la música creó tanto revuelo es fácil deducir que Perucho, cautelosamente, no quiso que la letra fuera conocida por la mayoría y solo la hizo saber a un grupo íntimo de independentistas.
 

CANTO DE GUERRA

El gran día también ha sido pintado ya por los historiadores. Aún se tiembla, como redactaría el Maestro, de repasar aquellas escenas maravillosas: el Teniente General, Pedro Figueredo, Jefe del Estado Mayor General del Ejército Libertador venía, lleno de pólvora, con el sombrero en la mano, de rendir el cuartel de Infantería.

Entró como una aparición al centro de la ciudad con su alazán, que soltaba “sangre por los ijares y espuma por la boca”. Al poeta lo rodeaban Carlos Manuel de Céspedes (hijo), el capitán Antonio Bello, y sus hijos Gustavo y Candelaria Figueredo, la hermosa abanderada de esas fechas.

Se detuvo en la convergencia de dos plazas, cerca de la iglesia mayor y allí, sentado al lomo del corcel, ante miles de personas frenéticas por haber logrado el triunfo sobre España, arrancó una cuartilla y memorizó el texto.

La letra fue cantada a voz ronca con el fondo musical de la orquesta de Muñoz que en una esquina tocaba el instrumental conocido públicamente desde junio. Se presume que fue posible hacer el coro gigante porque muchos, en el frenesí, arrebataron la hoja a Perucho y copiaron los versos guerreros de las dos primeras estrofas.

Ahora bien, no existen muchas páginas sobre la historia posterior.

Se conoce que enseguida surgieron varias versiones de la composición y alguna llegó a aparecer tempranamente, el 22 de octubre de 1868, en El Cubano Libre, el primer periódico independentista de Cuba, con sede en la Ciudad Antorcha.

Cinco días después el mismísimo Perucho envió a ese órgano un texto autógrafo de su obra, auténtico canto de guerra. Constaba de seis estrofas.

Días más tarde, el 8 de noviembre, 12 bayamesas, seis blancas y seis negras, cantaron el Himno en el atrio de la iglesia principal, algo que lo afianzó entre los revolucionarios.

Luego, en los campos de batalla, fue cantado incontables veces, aunque ninguna Constitución insurrecta legisló nada al respecto. En una ocasión se interpretó al piano en la manigua por la camagüeyana Adela Morell.

Perucho siempre lo llamaba La Bayamesa con el subtítulo Himno Patriótico Cubano. También empezó a llamársele Himno de Bayamo.
En junio de 1892 se publicó en Patria, que lo volvió a reproducir el 21 de enero y el 14 de octubre de 1893, en un claro intento del Héroe Nacional de que las generaciones nuevas lo conocieran.

Fue en la Asamblea Constituyente del 5 de noviembre de 1900 en que se aprobó adoptarlo como símbolo patrio.
 

UN REDENTOR

El autor de la marcha que infla tantos pechos en Cuba es digno de la alabanza y el estudio.

Contemporáneo de Céspedes, dijo que lo seguiría toda la vida y lo cumplió. Hacía llorar al piano y fue autor de varias contradanzas, publicadas en periódicos nacionales de la época.

Tuvo que salir de Bayamo durante seis años (1851-1857) hacia La Habana para quitarse unos cuantos ojos colonialistas de encima. En la capital del país dirigió el rotativo La Piragua.

De los primeros en el levantamiento, quemó su propia mansión el 12 de enero de 1869. Fue nombrado como viceministro de la guerra en Guáimaro hasta que en esas labores enfermó.

Fue capturado con enormes úlceras en los pies en las cercanías de Jobabo y trasladado a Santiago de Cuba. Imposibilitado de caminar pidió un coche que lo trasladara al pelotón de fusilamiento y para burlarse de él lo llevaron un burro.

No es el primer redentor que cabalga sobre un asno”, dijo sereno y solemne. Cayó abatido casi a quemarropa por los proyectiles españoles el 17 de agosto de 1870; sus últimas palabras fueron de combate y Patria, de fuego, gloria y vida, lo mismo que infiltró sereno en sus estrofas para la eternidad aquel volcánico 20 de octubre.

 
Las seis estrofas originales del Himno Nacional:

Al combate corred, bayameses,
que la patria os contempla orgullosa;
no temáis una muerte gloriosa
¡que morir por la patria es vivir!

En cadenas vivir, es vivir
en afrenta y oprobio sumido;
del clarín escuchad el sonido
¡a las armas, valientes, corred!

No temáis los feroces íberos
son cobardes cual todo tirano,
no resisten al bravo cubano
para siempre su imperio cayó.

¡Cuba libre!, ya España murió,
su poder y su orgullo ¿do es ido?
del clarín escuchad el sonido
¡a las armas, valientes, corred!

Contemplad nuestras huestes triunfantes,
contempladlos a ellos caídos
por cobardes huyeron vencidos
por valientes sabremos triunfar.

¡Cuba libre! podemos gritar
del cañón al terrible estampido,
del clarín escuchad el sonido
¡a las armas, valientes, corred!
 
 

 

 

 

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