por Osviel Castro Medel y Aldo D. Naranjo
BAYAMO.— De niños solíamos escuchar absortos el relato,
lleno de magia y fulgor: Pedro Figueredo (Perucho) compuso el Himno
Nacional con la pierna cruzada sobre la montura de su caballo ante una
multitud que coreaba “¡La letra, la letra!” y “¡Viva Cuba
libre!” en una de las céntricas plazas de la Ciudad Antorcha.
Luego venían en la narración otros detalles que enardecían. “Fue el
20 de octubre de 1868, después de dos días de encarnizados combates
entre los españoles y el naciente Ejército Libertador, que guiado por
Céspedes entró triunfante a Bayamo, la primera ciudad liberada en
nuestra historia”, escuchábamos a menudo.
Ahora, vencidos los años infantiles, y yendo a la raíz objetiva de
aquella bella leyenda, entendemos que no fue una gesta mal contada. Pero
creemos necesario agregarle ciertos complementos de peso para que siga
viajando a la posteridad sin mistificaciones.
Agregar, por ejemplo, que Perucho no compuso La Bayamesa sobre el cuello
de su caballo Pajarito sino que la memorizó de un tirón aquel citado día
ante los gritos y vítores de los primeros ciudadanos libres de la nación.
Añadir que alguna otra persona lo ayudó a concebir su inmortal obra y
que la música de la pieza, para nuestro asombro, presuntamente facturada
antes, llegó a conocerla casi Bayamo entero.
No son revisiones históricas; son hechos probados en los que los cubanos,
sobre todo las nuevas generaciones, debemos ahondar…
RONCHAS POR LA MÚSICA
La historiografía ha recogido —aunque no se ha divulgado como se debe—
que la música del Himno de Bayamo, estrenada públicamente el 11 de junio
de 1868 en la Iglesia Mayor de esta ciudad, surgió primero y la letra
después.
Al respecto la versión más extendida señala que el patriota Francisco
Maceo Osorio le dijo a Perucho un día de 1867, en los fragores de los
preparativos independentistas: “A ti, que eres músico, te toca
componer nuestra Marsellesa”.
En la madrugada del 14 de agosto de 1867, en el séptimo cuarto de su
casa de dos plantas, Figueredo se sentó ante el piano y tras ardua labor
completó la obra; es decir, la música. Después la dio a conocer a unos
70 revolucionarios reunidos en su morada.
¿Y la melodía no tenía letra?, se han preguntado más de una vez
historiadores e investigadores a lo largo del tiempo. Probablemente, se
puede responder con toda lógica.
Para reafirmarlo, cabe recordar los testimonios de su yerno Carlos
Manuel de Céspedes (hijo) quien señaló a periódicos extranjeros que
Pedro Figueredo tenía la letra desde mucho antes de su estreno.
En ese hilo, parece indiscutible que su esposa, la poetisa Isabel
Vázquez Moreno, lo ayudó a elaborar el vigoroso texto guerrero. Esta
mujer —hermana de Luz Vázquez, aquella que inspiró la primera canción
trovadoresca de Cuba (nombrada también la Bayamesa)— aún no ha sido
colocada en el sitial que merece.
De vasta cultura, desplegó una loable labor social por aquellos años.
Tuvo numerosos hijos con Perucho (11 dicen algunos), permaneció errante
en la manigua después del incendio de Bayamo, sufrió exilios y murió
casi sola en Nueva York en una fecha que la tradición oral sitúa en el
año 1888.
Regresando de nuevo a la historia sobre el Himno: Perucho entregó las
partituras de su creación al músico Manuel Muñoz, cercano vecino suyo,
quien la instrumentó con su orquesta. Este, en mayo de 1868 les presentó
la orquestación a Figueredo y a Francisco Vicente Aguilera y ambos
quedaron encantados con el montaje.
Después vino el escándalo: con la anuencia del padre católico Diego José
Baptista, un verdadero patriota, la música fue estrenada en medio de las
celebraciones del Corpus Christi en el púlpito de la Iglesia Parroquial,
frente a las propias autoridades españolas y el mismísimo gobernador de
Bayamo, el teniente coronel Julián Udaeta. Inmediatamente el militar
calificó de subversiva la obra y echó el ojo al “revoltoso”
Perucho.
Así la melodía se hizo célebre en la ciudad, rebelde por tradición, y
esa popularidad continuó levantando ronchas en las fuerzas de la
metrópoli. Sobre ese tópico escribió Martí años después en Patria: “La
Bayamesa se tocaba por las bandas criollas de la localidad, se cantaba
por las damas y se tarareaba por los muchachos de la calle”.
Si la música creó tanto revuelo es fácil deducir que Perucho,
cautelosamente, no quiso que la letra fuera conocida por la mayoría y
solo la hizo saber a un grupo íntimo de independentistas.
CANTO DE GUERRA
El gran día también ha sido pintado ya por los historiadores. Aún se
tiembla, como redactaría el Maestro, de repasar aquellas escenas
maravillosas: el Teniente General, Pedro Figueredo, Jefe del Estado
Mayor General del Ejército Libertador venía, lleno de pólvora, con el
sombrero en la mano, de rendir el cuartel de Infantería.
Entró como una aparición al centro de la ciudad con su alazán, que
soltaba “sangre por los ijares y espuma por la boca”. Al poeta lo
rodeaban Carlos Manuel de Céspedes (hijo), el capitán Antonio Bello, y
sus hijos Gustavo y Candelaria Figueredo, la hermosa abanderada de esas
fechas.
Se detuvo en la convergencia de dos plazas, cerca de la iglesia mayor y
allí, sentado al lomo del corcel, ante miles de personas frenéticas por
haber logrado el triunfo sobre España, arrancó una cuartilla y memorizó
el texto.
La letra fue cantada a voz ronca con el fondo musical de la orquesta de
Muñoz que en una esquina tocaba el instrumental conocido públicamente
desde junio. Se presume que fue posible hacer el coro gigante porque
muchos, en el frenesí, arrebataron la hoja a Perucho y copiaron los
versos guerreros de las dos primeras estrofas.
Ahora bien, no existen muchas páginas sobre la historia posterior.
Se conoce que enseguida surgieron varias versiones de la composición y
alguna llegó a aparecer tempranamente, el 22 de octubre de 1868, en El
Cubano Libre, el primer periódico independentista de Cuba, con sede en
la Ciudad Antorcha.
Cinco días después el mismísimo Perucho envió a ese órgano un texto
autógrafo de su obra, auténtico canto de guerra. Constaba de seis
estrofas.
Días más tarde, el 8 de noviembre, 12 bayamesas, seis blancas y seis
negras, cantaron el Himno en el atrio de la iglesia principal, algo que
lo afianzó entre los revolucionarios.
Luego, en los campos de batalla, fue cantado incontables veces, aunque
ninguna Constitución insurrecta legisló nada al respecto. En una ocasión
se interpretó al piano en la manigua por la camagüeyana Adela Morell.
Perucho siempre lo llamaba La Bayamesa con el subtítulo Himno Patriótico
Cubano. También empezó a llamársele Himno de Bayamo.
En junio de 1892 se publicó en Patria, que lo volvió a
reproducir el 21 de enero y el 14 de octubre de 1893, en un claro
intento del Héroe Nacional de que las generaciones nuevas lo conocieran.
Fue en la Asamblea Constituyente del 5 de noviembre de 1900 en que se
aprobó adoptarlo como símbolo patrio.
UN REDENTOR
El autor de la marcha que infla tantos pechos en Cuba es digno de la
alabanza y el estudio.
Contemporáneo de Céspedes, dijo que lo seguiría toda la vida y lo cumplió.
Hacía llorar al piano y fue autor de varias contradanzas, publicadas en
periódicos nacionales de la época.
Tuvo que salir de Bayamo durante seis años (1851-1857) hacia La Habana
para quitarse unos cuantos ojos colonialistas de encima. En la capital del
país dirigió el rotativo La Piragua.
De los primeros en el levantamiento, quemó su propia mansión el 12 de
enero de 1869. Fue nombrado como viceministro de la guerra en Guáimaro
hasta que en esas labores enfermó.
Fue capturado con enormes úlceras en los pies en las cercanías de Jobabo y
trasladado a Santiago de Cuba. Imposibilitado de caminar pidió un coche
que lo trasladara al pelotón de fusilamiento y para burlarse de él lo
llevaron un burro.
“No es el primer redentor que cabalga sobre un asno”, dijo sereno
y solemne. Cayó abatido casi a quemarropa por los proyectiles españoles el
17 de agosto de 1870; sus últimas palabras fueron de combate y Patria, de
fuego, gloria y vida, lo mismo que infiltró sereno en sus estrofas para la
eternidad aquel volcánico 20 de octubre.
Las seis estrofas originales del Himno Nacional:
Al combate corred, bayameses,
que la patria os contempla orgullosa;
no temáis una muerte gloriosa
¡que morir por la patria es vivir!
En cadenas vivir, es vivir
en afrenta y oprobio sumido;
del clarín escuchad el sonido
¡a las armas, valientes, corred!
No temáis los feroces íberos
son cobardes cual todo tirano,
no resisten al bravo cubano
para siempre su imperio cayó.
¡Cuba libre!, ya España murió,
su poder y su orgullo ¿do es ido?
del clarín escuchad el sonido
¡a las armas, valientes, corred!
Contemplad nuestras huestes triunfantes,
contempladlos a ellos caídos
por cobardes huyeron vencidos
por valientes sabremos triunfar.
¡Cuba libre! podemos gritar
del cañón al terrible estampido,
del clarín escuchad el sonido
¡a las armas, valientes, corred!